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Foto del escritorLony Fernandez Alvarez

¿Lo feo no vende?


Imagen de una Cybertruck de Tesla tomada de Wikipedia
Cybertruck. Fuente: Wikipedia

Cada día observo, tanto en redes sociales como en conversaciones fuera de ellas, comentarios críticos hacia el diseño minimalista, algunos con fundamentos y otros sin ellos. Estas críticas suelen ser más frecuentes entre personas de generaciones anteriores, como la Generación X (nacidos entre 1965 y 1980), en comparación con los Millennials o Generación Y (nacidos entre 1981 y 1996) y las generaciones posteriores, como la Generación Z (nacidos entre 1997 y 2012).

Las personas de la Generación X fundamentan sus críticas al diseño minimalista en la percepción de que los productos carecen del esfuerzo artesanal y la atención al detalle, lo que, según ellos, los convierte en genéricos y carentes de personalidad. Por otro lado, la Generación Z justifica sus críticas señalando la falta de color y la excesiva sobriedad que caracterizan a estos diseños minimalistas.

Con razón o sin ella, lo cierto es que cada generación marca sus propias pautas y estilos en el concepto amplio de la cultura y su percepción de lo bello. Pero, ¿qué es el minimalismo?

El minimalismo es un movimiento que busca la esencia y elimina lo innecesario, enfatizando la simplicidad, funcionalidad y claridad. Este enfoque, resumido en el lema “menos es más”, ha transformado disciplinas como el arte, la arquitectura y el diseño en general. Sus raíces se encuentran en el modernismo, especialmente en la escuela Bauhaus, fundada en 1919, que promovió una estética funcional y despojada de ornamentos (Schulze & Windhorst, 2012).

En el arte, el minimalismo surgió en los Estados Unidos durante la década de 1960 como respuesta al expresionismo abstracto, destacándose artistas como Donald Judd y Frank Stella, quienes exploraron formas geométricas puras y materiales industriales (Judd, 1975). Este enfoque también se nutrió de influencias previas como el constructivismo ruso y el movimiento De Stijl.

En arquitectura y diseño, figuras como Ludwig Mies van der Rohe llevaron este concepto a la práctica, integrando líneas limpias y materiales innovadores en sus obras (Schulze & Windhorst, 2012). Dieter Rams, diseñador industrial de Braun, definió principios fundamentales del buen diseño, priorizando la funcionalidad y la sostenibilidad (Rams, 1995). En la arquitectura contemporánea, Tadao Ando destaca por sus espacios que combinan hormigón desnudo, luz natural y una profunda conexión con el entorno (Ando, 1997).

El impacto del minimalismo en el diseño gráfico se refleja en el uso de composiciones equilibradas, tipografías limpias y paletas de colores reducidas, mientras que en interiores apuesta por la sobriedad de materiales como madera y vidrio. En la era digital, su influencia es evidente en el diseño de interfaces y experiencias de usuario, donde la claridad y la eficiencia son fundamentales para la creación de productos intuitivos (Rams, 1995).

El minimalismo apunta a lo funcional de las cosas, eliminando adornos o colores que puedan afectar la propia funcionalidad. Esto es aplicable en todas las áreas del diseño, como explicó, impactando sectores como la comunicación y la cultura.

Ahora bien, y aterrizando en la pregunta que titula este artículo, ¿lo feo no vende? Es importante aclarar que, a diferencia de los artistas; el diseñador, sin importar el área en que se desarrolle, está obligado a que sus diseños respondan a las necesidades de quienes los consumen, dejando a un lado las opiniones particulares. El minimalismo, en este sentido, ofrece a los diseñadores un refugio que permite cumplir con las expectativas generales de un buen diseño, uno que responde a las masas.

Es necesario destacar que el diseño se encuentra en el ámbito de la cultura, en el sector de la producción, respondiendo al comportamiento y la utilidad dentro de la zona económica, como detalla la arquitecta israelí Neri Oxman en el episodio 2 de la segunda temporada de la serie de Netflix dedicada al diseño, Abstract, y que podemos ver con mucho más detalle en el gráfico que les comparto.

Esquema tomado del episodio 2, de la temporada 2 de la serie de Abstract, Netflix 2019.
Fuente: Episodio 2, de la temporada 2 de la serie de Abstract, Netflix 2019.

La frase “lo feo no vende” se le atribuye a David Ogilvy, considerado el “padre de la publicidad moderna”. Aunque no existe una referencia exacta que confirme que Ogilvy lo dijo textualmente, la idea refleja su filosofía de diseño y publicidad, centrada en la estética, la claridad y la persuasión visual para conectar con el público.

En mi caso, la frase me llega a través del libro titulado Lo feo no vende del diseñador industrial Raymond Lievy, publicado en 1955.

En definitiva, cada generación marca sus propios paradigmas y establece sus cánones de belleza. Esto nos lleva a la eterna discusión generacional sobre si lo de antes era mucho mejor, ya sea en la música, la calidad de las cosas o en el diseño…

El punto es que lo que importa son los consumidores. Son ellos quienes marcan la pauta, y las grandes industrias siempre responderán a las necesidades y gustos de estos. De eso se trata el sistema económico de libre mercado en el que convivimos: las mayorías imponen, y las minorías se ven en la necesidad de contratar artesanos especializados que puedan satisfacer sus necesidades, convirtiendo la especialización de lo único y exclusivo en un verdadero producto de lujo.

Para mí, vende lo que a la mayoría le gusta, aunque sea feo… ¿Y para ustedes, lo feo vende o no? Los leo en los comentarios.

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